El gran escritor Elmore Leonard (autor de novelas como Jackie Brown, Cómo conquistar Hollywood, Joe LaBrava, Raylan,... y así hasta más de 60 y del que ya hablé en este blog en el quinto golpe de katana) resumió en un conjunto de normas aquello que él
considera necesario para redactar una novela en la que el escritor resulte
invisible, es decir, que sea capaz de mostrar una historia en lugar de contarla.
Aún así, como él mismo dijo: “si tienes facilidad para el lenguaje, imágenes
propias y el sonido de tu voz te encanta... puede que estas reglas no sean para
ti. Léelas y luego sáltatelas”.
Aquí van:
1. Nunca empieces un libro hablando del clima.
Si sólo te sirve para crear atmósfera y no es una reacción del personaje al
clima, no debes usarlo demasiado. El lector buscará las reacciones del
personaje. Hay algunas excepciones, claro. Si te llamas Barry López (conocido escritor especializado en temática
medioambiental) y conoces más maneras de describir el hielo y la nieve que un
esquimal, puedes hablar del clima tanto como te dé la gana.
2. Evita los prólogos.
Pueden resultar molestos, especialmente un prólogo después de una
introducción que viene antes de la dedicatoria. Pero en no ficción son muy
habituales. En una novela, el prólogo cuenta los antecedentes de la historia,
pero no hace falta contarlos al principio, puedes ponerlos donde quieras.
Siempre hay excepciones, claro. Dulce jueves de John Steinbeck tiene prólogo, pero me parece bien porque es un personaje del libro que deja claras las reglas, que nos explica como le gusta que le cuenten las cosas.
Lo que hace Steinbeck en Dulce jueves fue titular los capítulos a modo de indicación, aunque algo oscura, de lo que tratan. Hay dos capítulos que llega a titularlos “hooptedoodle” (palabrería) en los que avisa al lector: “Aquí haré vuelos espectaculares con mi escritura, y no se entremezclará con la historia. Sáltatelos si quieres”. Dulce jueves se publicó en 1954, cuando yo empezaba a publicar, y nunca olvidaré el prólogo. ¿Me leí los capítulos hooptedoodle? Cada palabra.
Siempre hay excepciones, claro. Dulce jueves de John Steinbeck tiene prólogo, pero me parece bien porque es un personaje del libro que deja claras las reglas, que nos explica como le gusta que le cuenten las cosas.
Lo que hace Steinbeck en Dulce jueves fue titular los capítulos a modo de indicación, aunque algo oscura, de lo que tratan. Hay dos capítulos que llega a titularlos “hooptedoodle” (palabrería) en los que avisa al lector: “Aquí haré vuelos espectaculares con mi escritura, y no se entremezclará con la historia. Sáltatelos si quieres”. Dulce jueves se publicó en 1954, cuando yo empezaba a publicar, y nunca olvidaré el prólogo. ¿Me leí los capítulos hooptedoodle? Cada palabra.
3. No uses más que “dijo” en el diálogo.
La frase, en el diálogo, pertenece al personaje. El verbo viene a ser el
escritor husmeando donde no debería. El verbo “decir” es bastante menos intruso
que “gruñir”, “exclamar”, “preguntar”, “interrogar”... Cierta vez leí un “ella
aseveró” al final de una frase de un personaje de Mary McCarthy y tuve que parar de leer para buscarlo en el
diccionario.
4. Nunca uses un adverbio para modificar el verbo
“decir”...
... amonestó severamente. Usar un adverbio de esta manera (o de casi
cualquier manera) es un pecado mortal. El escritor se expone a interrumpir el
ritmo de intercambio cuando usa este tipo de palabras. Un personaje cuenta en
uno de mis libros cómo solía escribir sus romances históricos “llenos de
violaciones y adverbios”.
5. Controla los signos de exclamación.
Se permiten alrededor de dos o tres exclamaciones por cada 100.000 palabras
en prosa. Si tienes el don de Tom Wolfe
con ellos, puedes usarlos profusamente.
6. Nunca uses palabras como “de repente” o “de
pronto”.
Esta regla no requiere ninguna explicación. Me he dado cuenta de que los
escritores que usan exclamaciones como “de repente” suelen tener menos control
sobre sus signos de exclamación.
7. Usa términos dialectales muy de vez en cuando.
Si empiezas a llenar la página de diálogo ininteligible, no podrás parar.
Un buen ejemplo sería Annie Proulx,
que es capaz de captar muy bien el sabor del habla de Wyoming.
8. Evita las descripciones demasiado detalladas de los
personajes.
Steinbeck lo hacía. Pero en Colinas como elefantes blancos Hemingway por ejemplo, usa
una única descripción para el personaje de la mujer que acompaña al americano:
“Se quitó el sombrero y lo dejó en la mesa”. Es la única referencia física en
la historia, pero aún y así vemos a la pareja y sabemos de ellos por su tono de
voz... sin adverbios que los acompañen.
9. No entres en demasiados detalles al describir lugares
y cosas.
Si no eres Margaret Atwood, que
pinta escenas con el lenguaje o no puedes describir el paisaje como lo hace Jim Harrison, no lo hagas. Incluso si
estás dotado para las descripciones, ten en cuenta que el meollo de la historia
debe ser la acción, no la descripción.
Y finalmente:
10. Trata de eliminar todo aquello que el lector
tiende a saltarse.
Esta regla se me ocurrió en 1983. Piensa en lo que te saltas cuando lees
una novela: largos párrafos de prosa con demasiadas palabras. ¿Qué está haciendo
el escritor? Hablar del tiempo, o ha entrado en la mente del personaje y el
lector o bien sabe qué es lo que piensa el personaje, o bien no le importa. Me
apuesto lo que sea a que no te saltas el diálogo.
Mi regla más importante es una que las engloba a las diez:
Si suena como lenguaje escrito, lo vuelvo a escribir.
Si la gramática se
inmiscuye en la historia, la abandono. No puedo permitir que lo que aprendí en
clase de redacción altere el sonido y el ritmo de la narración. Es mi intento
de permanecer invisible, no distraer al lector de lo que es escritura obvia (Joseph Conrad habló una vez de las
palabras que se inmiscuyen en lo que quieres contar). Si escribo una escena,
siempre desde el punto de vista de un personaje (el que me da la mejor visión
de la vida en esa escena en particular) puedo concentrarme en las voces de los
personajes contando quiénes son y cómo se sienten, qué ven y qué sucede. Así es
como desaparezco de la escena.